Hola, les comparto ahora un  esbozo que da para todo un ensayo... Ahora lo termino (después de una  breve inspiración, y de un par de horas o más sin parar de escribir) y lo  muestro, porque no sé cuando lo ampliaré, pero va con la ocasión, por lo que  espero que les interese.
  
 Nacionalismo mediocre
 Por Alexis Ramírez V.
 El sentimiento de amor de un individuo por su patria  es intrínsecamente religioso. Se veneran símbolos nacionales con un fervor  verdaderamente religioso; conmemorando acontecimientos heroicos y a sus  personajes, tal como se rememoran los hechos de los santos y de los apóstoles,  siempre en pro de una entidad inmaterial llamada "Patria", aquella que a menudo,  tal como a un Dios, se la personifica, pues la fe humana necesita  inevitablemente aferrarse a los objetos, es siempre fetichista, al menos en un  sentido visual o puramente imaginario: siempre pensamos en  imágenes, pictóricas o verbales, dibujos y palabras. De sobra está mencionar las  múltiples alegorías que de esta "mujer" se han hecho. La Patria, la tierra de nuestros padres, es  una entidad equiparable a Dios, es nuestra madre y nuestro padre en una misma palabra. Nosotros  somos sus hijos y ya nuestro himno nacional lo reconoce y hermanos en la  tierra y el linaje.
              Pero no somos un pueblo elegido. No fuimos el pueblo predilecto de Dios,  ni por arbitrariedad suya ni por convicción-conversión propia. Somos, en todo  caso, sus hijos bastardos o puramente putativos. Hijos de Huitzilopochtli, el  diablo, y algunos, sólo algunos; conversos luego, y más tarde, con un mestizaje  étnico-cultural, bastardizados hijos  de Cristo-Padre-Espíritu. El pueblo novohispano pronto se unificó casi por  completo en una misma fe: la católica romana. Tres siglos esta fe fue la única  identidad de un pueblo en busca de una auténtica identidad, pero en el fondo  aún abigarrada, harto heterogénea. Dos religiones, o una misma, habrían de ser  el baluarte del nuevo pueblo mexicano: la antigua, de Cristo y de  Roma, y la nueva, de la Nación de México: La Patria.
 Quizá la corrupción de las instituciones eclesiales,  denunciada por el ilustrado clasicismo burgués, o quizá la incompatibilidad de  dos tradiciones, una pagana-indígena y otra cristiana-criolla, pero en algún  momento la otrora íntima relación de aquellas dos religiones, pronto disímbolas  desde una primera etapa post-independentista si tomamos en cuenta que la  Historia como materia prima para la construcción de un estado mexicano, evocando apológicamente una  cultura pagana mexicana, debió contrariar inevitablemente la doctrina cristiana  llegó a ser insostenible. La lucha entre ilustrados burgueses e ilustrados  "pro-monarquistas" fue inevitable. Y finalmente la identidad  criolla-cristiana-mexicana mejor  mostrada en el blasón de la virgen de Guadalupe del cura Hidalgo terminó siendo  aplastada ante la consolidación de un estado liberal, con una irreversible  victoria resultante del implacable golpe de Juárez quien, cabe mencionar, era  indígena: de tradición católica, pero de cuna pagana.
 Casi doscientos años de independencia, y el mexicano  cree más tiene más fe en los mitos-misterios religiosos que en sus leyendas  heroicas, a las cuales no escatima ridiculizar en los momentos de más guasa. Es  claro, la tradición devocional  cristiana tiene más arraigo en las  gentes mexicanas, pues es más antigua a la tradición nacional, por unos trescientos  años. Son ahora casi incompatibles, el himno nacional pierde cada vez más de sus  símbolos cristianos. Las leyes son más laicas, y eso está bien; de la iglesia  mexicana tenemos más muestras de corrupción, de sus aliados políticos también,  el dios del papado es inicuo. Pero Dios es más grande, es el inevitable padre de  las masas, y tiene un hijo (materialización de él mismo) más conmovedor y más  bien "compasionante" que su hija Patria (materialización de él mismo), y ése es  Jesucristo. La Patria se vuelve la hija rebelde de Dios y le reclama sus  injusticias, como un espíritu de negación, como una más de sus luciféricas  creaciones expulsadas para siempre del patético mundo celestial; y finalmente le  reniega su filiación. La frase que alude a la Patria "Que en el cielo tu eterno  destino, por el dedo de Dios se escribió" no es sino un remanente de estériles  esfuerzos por convenir los designios divinos de una Patria idealmente atea.  
 Lo que en otros países de tradición semítica ha  llegado a ser un fervor religioso por su Patria, por la tierra con la que un  Dios les gratificó especialmente a  ellos, en el nuestro no pasó a ser sino un disfraz anual. Los símbolos de la  "religión atea" que en un principio fueron de innegable extracción cristiana  Obvias analogías resultan de la comparación de la Bandera, el Escudo y el Himno  Nacional con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, respectivamente; y  nótese el orden que describe el grado material de cada uno y su interrelación,  pasaron por un breve estadio secular para convertirse irreversiblemente en meras  alegorías de lo inexistente. Y que en las últimas épocas las estructuras tríadicas tanto de los  símbolos cristianos como de los símbolos patrios se han visto alteradas, la una  por efecto de la devoción popular y la otra por coherencia con su propia  naturaleza. En México la creencia en la Trinidad es particular de cada  población, no hay quien le rinda verdadero culto a Dios Padre si no sólo a  través de la Virgen de Guadalupe, Jesucristo y el santo patrono del lugar. A los  símbolos patrios, en tanto, sería justo añadir un cuarto: los héroes, porque de ellos falsos o  ciertos, humanos o semidivinos están llenos nuestros libros de texto gratuitos,  nuestro calendario cívico de efemérides, y nuestras avenidas y  parques.
 Como es evidente, en nuestro país coexisten dos  religiones y las dos son, al menos en apariencia, igualmente devocionales la  una de los santos y la otra de sus héroes pero una es más material y otra más  ideal San Antonio cumple milagros, Benito Juárez no hace más "milagros" desde  su tumba y por mucho que nos esforcemos, son casi irreconciliables, pues  mientras ésta es creación de hace un par de siglos, aquella se remonta hasta los  albores de la Creación misma. El "nacionalismo" mexicano es sólo medianamente  religioso, en su simbolismo; en su espíritu, en los hechos, es ateo hipotético y demasiado mundano: eso lo  hace un nacionalismo, literalmente  (en el sentido latino de la palabra), mediocre. El deber religioso del Viernes  Santo es de inapelable observancia, la conmemoración del natalicio de Benito  Juárez, un ilustrísimo héroe, un hereje, hoy pasa desapercibida.
  
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